Javier Galiana es un músico de Cádi-Cádi (1975) que se formó con Antonio Reguera y en Barcelona, en la Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC), y fue su flamante primer licenciado en piano jazz. Vivió en Río de Janeiro, en Lisboa, un poquito en Nueva York y en la plaza de San Antonio. Forma parte de una suerte de especie protegida: pianistas de una ciudad milenaria que contaba con el Salón Quirell, donde Falla estrenó sus obras juveniles, en la que los padres burgueses compraban pianos para sus hijas sicur como chucherías. Uno de los cien mil pianistas hijos de Manuel de Falla. Gourmet contra los gourmets, vazquezmontalbaniano profundo, borgiano de Thelonius, flamenco de Ellington, el Bill Evans de El Cambalache, Bola de nieve en el sofrito, John Berger metío en manteca, compare del trompetista Julián Sánchez, es el hombre que todo lo arregla: desde las canciones de Silvia Pérez Cruz hasta tangos de carnaval para big band. Malandro limón que se fue de gira mundial con Manu Chao, estudia a Aristóteles y toca en el Trío Garum, La Canalla, en Tomate, Trío y Cebolla, en Tumbando a Monk y en doscientos grupos más.
Dicen de él que lo han visto como cansautor en chiringuitos de playa, rockero con gafas, florero sonoro en bodas, bautizos y comuniones, de estrella del rock en estadios de fútbol.
Ha escrito, música para teatro, de músico actor. “Espejo, capricho escénico” fue nominada a los Premios Max y ganó el premio Lorca a la composición musical. Ha escrito, dirigido y grabado la Suite Trafalgar, de la que dicen maravillas, entre otros Faustino Núñez y José Miguel López, de Discópolis. Y ha colaborado con el escritor David Monthiel para pasearse por Cádiz y sus cosas en “Cádiz dentro de un piano”
Galiana es de los que prefieren tocar. El hecho físico de estar en el sitio y en el lugar, la experiencia compartida de la música, la vibración del cara a cara, suceso este que le es perjudicial de cara al mercado de grabaciones, ya que nunca está al día con las cuentas del capitalismo de la grabación. Quizá por eso habla de los ratones que acaban en un disco frente a la vivencialidad del directo, de la improvisación, del aquí y ahora. Galiana juega aún y hace posible que siga mereciendo la pena el acto creativo. Sigue tocando. Componiendo música. Arsa